Jesús Peraza, enemigo de los fascinados del sistema

El escultor realizó una crítica al arte yucateco, además explicó que la cultura maya es reconocida en otra latitudes y exiliada en su propia tierra

Mérida, Yucatán, 15 de febrero de 2019.- Jesús Peraza Menéndez es profesor, escritor, ensayista, y escultor. Y como muy pocos, vive —plenamente— del arte. También usa Facebook. Es conocedor de vinos, cocinero de espagueti a la carbonara y amante de los libros. En su casa tiene entre 500 a 600 que ha leído. Escucha a Joaquín Sabina, igual a Carlos Santana y a Silvio Rodríguez cuando produce. No cree en dioses. Es de izquierda.

Se autodefíne como un hacedor por ‘lo que hace’, y no por ‘lo que dice’, ni por herencias consanguíneas. Sabe que sus esculturas y sus textos no satisfacen el consumo existencial de otros, que esperan entusiasmados lo mismo de siempre.

Su vida la dedica a Natalia, Andrea y Mateo, su nieta y sus dos hijos respectivamente. Por las mañanas, se levanta muy temprano, —casi siempre— antes que el sol alumbre. Bebe una taza de café que él mismo prepara y que compra a un costado de la iglesia de Itzimná. Luego lee a Umberto Eco, a Paulo Freire o León Trotski, o escribe en defensa de los palestinos, de los cenoteros de Homún, de las mujeres feministas o de los apicultores mayas. Desayuna fruta fresca, carne frita, jugo de naranja y nunca toma Coca-Cola, —cada vez que tiene oportunidad— explica que causa diabetes y que Yucatán está colonizado por esa transnacional.

Poco antes del mediodía, comienza a trabajar en sus esculturas; recuerda que las comunidades mayas viven exiliadas en su propia tierra, son unos ‘fantasmas’ en sus propios terrenos. De ahí provienen sus conceptos. Ese es el espíritu de sus obras.

La mayoría, son creadas con maderas de zapote y cedro; hilo de henequén; y piedras de la región conocidas como conchuela, macedonia, cuarzo y una denominada ‘la roja de Ticul’, que después de un proceso escultórico van tomado diversas expresiones. También maneja metales, en el estudio de su hermano Miguel, en la Ciudad de México.

Tiempo atrás trabajó de cerca con los —erróneamente— llamados ‘artesanos’ de Dzityá. No fue a darles clases, ni a enseñarles técnicas escultóricas, más bien llegó para aprender, para compartir experiencias y procesos creativos con los escultores tradicionales de esa comunidad. Crearon múltiples piezas, que fueron expuestas en diversas salas. Son obras transitables, es decir, para apreciarlas hay que recorrerlas.

“Yo encuentro en las comunidades mayas a verdaderos escultores que avergonzarían a cualquier escultor salido de la academia, la única diferencia —entre ellos— es que uno tiene certificado de la Secretaría de Educación y otro no“, refirió.

Según él, quien no produce no vive. Y él produce arte, no podría hacer otra cosa, aseguró. “Hago escultura porque trato ser sujeto de mi conciencia, de mi voluntad, de mis deseos, de mi inteligencia, y luego expresarlo de tal manera que otros puedan revelarlo de manera subjetiva. Mis obras hablan por sí solas y hay veces lo hacen mejor que yo”, agregó.

Está demás decirlo —probablemente—, pero es enemigo público de los ‘fascinados del sistema’. Es decir, de aquellos que dejan que ‘otros les vivan su vida’, y consumen sin reflexión; que trabajan por trabajar, aman por amar, beben por beber, comen por comer, estudian por estudiar… que mueren por morir.

“A la sociedad, todo lo que les lleva a pensar los asusta. Sacrifican su existencia para admirar la de otros, esa admiración no es sana, es una admiración de sumisión, por muy pequeña que seas como persona, eres una parte del cosmos y debes vivir plenamente tu vida, con conciencia de lo que haces y como lo haces”, volvió a recalcar en torno a sus motivaciones para ser escultor.

Dijo que un consumidor del sistema, de la televisión, de la comida chatarra o de las marcas sin sentido, es como un ‘esclavo que se siente orgulloso por estar en el Imperio Romano’, pero eso no le quita lo esclavo. “El arte es la ruptura, todas las leyes están contenidas en la misma obra, es una obra abierta que se deja a la revelación del otro”, añadió seguidamente.

Para Jesús, el reconocimiento es banal. No lo necesita. Afirma que ser un artista cuesta trabajo, porque mucha gente te abandona en el proceso creativo. “La soledad del artista y el científico —al igual que sus obras— tarda en ser digerido por las masas”, puntualizó con base al reconocimiento del público.

EL PAUPÉRRIMO ARTE YUCATECO

Criticó que el arte en Yucatán es paupérrimo y de mal gusto. “Basta con caminar por las principales calles, y ver un sin fin de bustos de Miguel Hidalgo, de Benito Juárez ‘ojos sumidos’ y decolorados”, afirmó.

“Este tipo de obras las impone un gobierno de ignorantes, por eso tenemos a un Jacinto Canek horroroso en la avenida de su mismo nombre, a un mosco de acero en el fraccionamiento Real Montejo, o un Héctor Herrera ‘Cholo’ diseñado con fibra de vidrio sentado en el Remate de Paseo de Montejo. Hace falta crear conceptos que inviten al pensamiento, a la crítica, a la reflexión”, afirmó.

Ahondó que el colmo fue instalar unas letras gigantes con la palabra ‘MÉRIDA’ en la Plaza Grande, sólo porque se trataba de una moda turística, “es triste que Mérida no sea reconocida por sus calles, por sus barrios, por su catedral o su plaza principal, y se haya tenido la necesidad de instalar un letrero gigante con el nombre de la ciudad; es como si pusiéramos ‘PARÍS’ —abajo de la Torre Eiffel— sólo para que la gente identifique el lugar donde se tomó la fotografía, es un insulto para la cultura”, advirtió.

“Cuando me preguntan en otras entidades qué tipo de escultura se trabaja en estas tierras, no sé que responderles, justo por ello trabajo con una estética de temple regional, que nace de un espacio definido, y que involucra a una atmósfera. Un libro se hace de otros libros, y yo me hago de los otros, de mi hermano, de mi padre, y de escultores tradicionales mayas”, finalizó.

Javier Escalante Rosado