El festejo de la nostalgia en el Cementerio

Temen se pierdan las tradiciones por el Día de Muertos

Mérida, Yucatán, 31 de octubre de 2017.– A la sombra del muro sur cubierto de maleza del Cementerio General hay dos tumbas que reciben la frescura de flores de cempasúchil, mezclada con el calor que emanaba de una veladora. A pocos metros, otra cripta está siendo sometida a un tratamiento de pintura color celeste.

 

Son completamente distintas una de la otra, pero tienen en común las miradas de nostalgia y el sudor en la frente de quienes las visitan en este Día de Muertos.

Doña María Ana Catzim Durán acudía al panteón cada año para conmemorar a los fieles difuntos. Siempre lavaba los floreros y prendía veladoras en el nicho familiar. O eso es lo que recuerda su hija, Judith Moh Catzim, mientras limpia la tumba que ahora ocupan los restos de su madre.

“Mi mamá me dejó la tradición, aquí vengo a rezar un rosario, porque una flor se marchita, una veladora se evapora y ellos, nuestros difuntos, agarran la oración”, explicó. Luego entre murmullos exclamó con la cabeza hacia abajo: “Mamacita, ya te vine a ver, cuídanos, protégenos”.

Agregó que ella siempre se va contenta del Cementerio, pues siente que ya estuvo cerca de su madre y con aquellos que reposan en la misma tumba, que es propiedad familiar. “Aquí está  mi abuela, mi hermano, mi hermanita, mi tía. Toda mi familia… y aquí voy a estar yo también”, dice riendo.

Dijo que acudió a visitar el nicho antes de que las muchedumbres de la nostalgia se lo impidieran, pues  sabe que el 1 y 2 de noviembre todos los panteones son el sitio de paseo de muchos yucatecos.

Esto lo corroboran las vendedoras María Palomo y Natalia Borges, quienes desde hace 50 y 15 años comercian flores y veladoras en la entrada del Cementerio General. Las marchantas cuentan que este año “no ha habido” tanto movimiento como en anteriores, que la gente acudía en abundancia y compraba en igual cantidad.

“Está baja la venta. Este año está raro, no ha habido actividad para limpiar, ya debería haber más personas. Aunque la buena venta será mañana y en la misa del jueves a las 11 de la mañana”, explicó la señora Natalia Borges.

Ambas especulan que las generaciones jóvenes están dejando morir las tradiciones. En esto concuerda una ama de casa, Rosario Vargas, quien lleva una ofrenda floral a su madre y a su hijo, a quienes visita desde hace 20 y 32 años respectivamente.

“Cuando vivía, mi mamá ponía un altar para los muertos. Ahora sólo mi hija lo hace, a mí me da mucha tristeza hacer eso. Ya puso dulces para los niños y fruta. Mañana pone la comida que a Mamá Mary le gustaba, el relleno negro”, relató.

Confesó lamentándose que su nieto no la acompaña a visitar el camposanto, que las nuevas  generaciones  piensan diferente, por eso le da tristeza que se pierda la tradición. “Me pregunta qué voy a hacer al cementerio si no está acá mi papá, ni mi mamá, pero yo le respondo que esta es mi creencia”, declaró entre suspiros.

La pintora Verónica Fernández Rugerio y su esposo, el trabajador de telecomunicaciones, Liberato Chan Tec, concuerdan en que las costumbres se pierden cada día.

Ambos acudieron desde temprano al Cementerio para honrar al tío de Chan Tec. “Por todos los venados que le regalaste a mamá para que me guise y las piernas de jabalí, estoy aquí para ti, para darte gracias”, confiesa el hombre dirigiéndose a la tumba mientras deja descansar la mano en la que sostiene la brocha llena de pintura azul celeste.

Dijo que cuando seque la pintura, colocarán en la tumba flores de xpujuc, amor seco, cerebro  y si consiguen, cempasúchil.

Verónica dice que el tradicional Hanal Pixán difiere en color y sabor de la tradición de su estado natal, Puebla. “Utilizamos papel picado de colores y las ofrendas son con mucha luz, flores de muchos  colores. Acá es pib, allá es mole poblano. Acá es pan de muerto, allá hojaldras. Difiere un poco pero la esencia es la misma, es lo que cuenta”, detalla.

Aún así conmemora desde las tierras yucatecas a sus difuntos: su papá y un hijo. Y por todo lo que envuelve al Día de Muertos, declara que para ella es más importante que la propia Navidad, es más representativo, más nuestro, son nuestras raíces.

“Me lo inculcaron desde pequeña y le agradezco a mi abuela. Lo espero con ansias”, sostuvo la mujer.

Liberato concuerda y añade con una sonrisa que conmemorar a los difuntos “es una manera de sentirlos vivos. Mueren cuando se les olvida y es importante recordar siempre que tenemos una ascendencia para inculcar a la descendencia de dónde venimos y recordar de dónde somos”.

Los cuatro llegaron a un punto común, descrito a la perfección por doña Judith mientras acomoda los floreros en la tumba de su madre. “Ahora ellos viven aquí”, dice mientras señala su corazón, “y aquí”, añade mientras apunta a su cabeza.

Mientras tanto, los movimientos en los alrededores aumentan. Los sonidos discretos de los jóvenes al barrer las tumbas y los rezos de señoras de la tercera edad esparcidos por todas las zonas del Cementerio General contrastan con el bullicio que emana del mercado de flores y veladoras ubicado en el acceso principal del panteón.

Ahí las marchantes se quejan de que ambulantes apostados en las entradas les restan ventas y no pagan por los permisos que ellas sí deben costear.  Sus cuchicheos son escuchados por los elementos de la Policía Estatal y Municipal, quienes aguardan a la sombra de los árboles en medio de un operativo de vigilancia desplegado a propósito de las fechas.

Comerciantes y policías están a la expectativa, tan etéreos como las tumbas que custodian. Esperando a que la nostalgia y los recuerdos una vez más separen dimensiones, rompan distancias. Unan a vivos y muertos. (Lilia Balam; fotos Cuauhtémoc Moreno)