Adiós al poeta y revolucionario Ernesto Cardenal

El escritor fue uno de los más destacados defensores de la teología de la liberación en América Latina

San José, Nicaragua, 2 de marzo del 2020.- Al borde de las lágrimas, pero eufórico, el conspirador, sacerdote católico, poeta, teólogo, escritor, escultor, traductor y político nicaragüense Ernesto Cardenal Martínez abandonó sólo por unos dos o tres minutos la escalinata principal del Palacio Nacional de Managua, sede del Parlamento de Nicaragua, aquel sofocante mediodía del viernes 20 de julio de 1979 y entró al vestíbulo del recinto legislativo a buscar agua.

Tras saciar su sed, ese individuo con aspecto más de roquero y de hippie que de religioso rebelde, Cardenal, el poeta que construyó la revolución se abrió campo entre la nube de periodistas, pidió que nadie le hiciera preguntas y volvió a una de las gradas en las afueras del edificio, para reincorporarse a un sitial de privilegio en un momento histórico de Nicaragua.

“¡No me quiero perder esta belleza!”, explicó, emocionado y empeñado en expresar sus profundos sentimientos en un instante irrepetible. “Es mi pueblo. No me quiero perder esto”, insistió ese hombre que murió este domingo en un hospital de Managua a sus 95 años —a causa de padecimientos renales y cardiacos—, y que legó una abundante obra social, política y cultural a un país al que amó con desenfreno.

Nacido el 20 de enero de 1925 en Granada, ciudad del sur de Nicaragua famosa por su riqueza colonial, Cardenal es heredero de una sólida tradición poética que tiene a Rubén Darío como su principal estandarte.

Estudió literatura en Managua y luego en México en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; posteriormente realizó otros estudios en Estados Unidos y Europa. En 1965 fue ordenado sacerdote y publicó sus primeras obras de los años 40.

Es considerado uno de los principales exponentes de la poesía latinoamericana a través de obras como Hora 0, Epigramas, Canto nacional, Oráculo sobre Managua, Canto a un país que nace, Tocar el cielo, Telescopio en la noche oscura; así como la obra célebre El Evangelio de Solentiname.

Un día histórico Cardenal se convirtió aquel 20 de julio de 1979 en uno más de los millones de nicaragüenses a los que les parecía mentira que el sueño de décadas fuera realidad. Por eso, la secuencia del agua ocurrió en un día estelar en Nicaragua.

Decenas de miles de nicaragüenses se volcaron aquel día sobre la plaza frente al Palacio para festejar el derrocamiento de la dictadura de la familia Somoza, régimen derechista que se instaló en 1934 y, a sangre y fuego e implacable, gobernó a su antojo en Nicaragua hasta que fue depuesta por una sangrienta insurrección armada encabezada por la guerrilla del izquierdista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

El dictador Anastasio Somoza Debayle huyó el 17 de julio de 1979 de Nicaragua a Estados Unidos. Cardenal viajó el 19 en avioneta desde Costa Rica a la ciudad de León, en el norte nicaragüense ya liberado por el FSLN, junto al escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado y otras guras de lo que fue la revolución sandinista, que gobernó hasta 1990.

Al llegar a León, Cardenal sintió la grandeza política de esas horas de pasión y de libertad y, en la portezuela de la aeronave en la con otros dirigentes, sólo atinó a comentarle a Ramírez: “Huele a plaguicida, huele a Nicaragua”.

Agencias