El médico de los muertos

Ya pasaron 10 años y ha participado en más de 4 mil 500 necropsias

Mérida, Yucatán, 4 de enero  de 2018.- Los nervios no opacaron la emoción, la ansiedad de participar en un primer caso. La víctima de un asesinato por trauma craneofacial, cuyo cuerpo fue recuperado en los montes de la subcomisaría San Antonio Tadzibichén, no había sido identificada.

Luis Fernando Peniche Centeno, en ese entonces perito del Servicio Médico Forense (SEMEFO), tomó radiografías y muestras de las piezas dentales halladas. Notó que el occiso había recibido tratamientos odontológicos sofisticados, como blanqueamientos de dientes, endodoncias y ortodoncia. También tenía coronas de porcelana. Todo ello permitía inferir que su estatus económico era elevado.

De inmediato turnó los hallazgos a la Comandancia de Homicidios, donde rastrearon clínicas de nivel socioeconómico alto. Pronto encontraron un recinto que ofrecía los servicios que la víctima había recibido.  La reconstrucción bucal de la persona fallecida fue el último paso para darle nombre.  “Se pudo identificar plenamente a la persona y se llegó a un final justo”, cuenta el especialista.

Ya pasaron 10 años y ha participado en más de 4 mil 500 necropsias, pero para Peniche Centeno, quien ahora dirige el SEMEFO,  el impacto de trabajar de cerca con la muerte no ha cambiado.

Cuenta que su madre, Socorro Centeno Flores, quien laboró durante 30 años como enfermera en el Instituto Neuropsiquiátrico, solía decir que quería tener un hijo que se dedicara a la medicina. “Ella me echó la bendición o la sal”, dice y agrega que probablemente por ello o por las constantes visitas al nosocomio le agarró cariño a las ciencias que estudian el cuerpo humano.

Por supuesto, admite que de pequeño no hubiera imaginado que ejercería la disciplina que estudia “a vida en personas que ya no la tienen”, ni que algún día estaría al frente del SEMEFO.

El experto se licenció como cirujano dentista y en el año 2000 ante el “boom” de las especialidades relacionadas con criminología, estudió la maestría en criminalística en el Instituto de Ciencias y Especialidades de Chiapas.

Pasaron 8 años antes de que surgiera la oportunidad de que se integre a la Fiscalía General del Estado (FGE) y bastaron unos pocos días para que participara en el caso más emblemático para él, el del homicidio de Tadzibichén.

Sin embargo, pese a la trayectoria recorrida, Peniche Centeno afirma que cada cierto tiempo surge un caso que causa asombro, como el del doble homicidio ocurrido en el fraccionamiento Juan Pablo II de la ciudad de Mérida en diciembre del 2015, cuando dos menores de edad asesinaron a la madre y a la hermana de uno de ellos. También recuerda con especial incredulidad el caso de una niña de 5 años que fue violada y asesinada por uno de sus parientes en Izamal en el 2012, así como los suicidios de menores de edad ocurridos en el 2017 y el presente año.

“Es difícil de comprender. Piensas en lo que pudo llevar a los responsables a cometer esos actos. Tanto los suicidios como homicidios de menores impactan, por la ternura que ellos inspiran”, comenta.

Aunque reconoce que la profesión del médico forense no es para todos los estómagos, insiste en que la parte más difícil de su labor no es realizar una necropsia, sino enfrentarse a los familiares de una persona fallecida.

“En ocasiones me he contenido… se me quiebra la voz. Pero no puedo llorar, tengo que dar fortaleza a la familia. No tengo nervios de acero porque he sentido deseos, pero no me he dado permiso para hacerlo. Hay que tratar a los familiares con empatía, pues llegan aquí con dolor, sensibles y una palabra se puede tergiversar y causar molestia”, confiesa.

Esto le permite afirmar que la profesión, contrario a lo que popularmente se cree, le haga “insensibilizarse” ante la violencia o la muerte.

“Sí es difícil laborar aquí, aunque conocemos el ciclo biológico del hombre y sabemos que la muerte es parte del ciclo de vida del ser humano. Vemos personas que acaban de salir a la vida, bebés, jóvenes, que todavía les quedaba mucho futuro para concretarse, que dejan a las familias en dolor.  Vemos el sufrimiento de las personas de perder un hijo, un esposo, un padre, un ser querido. No somos insensibles a eso”, expresa.

Reitera que por esas razones no cualquiera puede dedicarse a su profesión. Añade que también hay muchas supersticiones en torno a la labor de los médicos forenses, sobre todo en los municipios. “Si son médicos de muertos, la gente ya no va a visitarlos como médicos de vivos”, abunda. (Lilia Balam, foto de Cuauhtémoc Moreno. Para continuar leyendo busca nuestra última versión impresa de la revista Desde el Balcón)