Recuerdan al pescador que dio nombre al yacimiento Cantarell

Rudesindo Cantarell Jiménez descubrió el yacimiento petrolífero más grande de América cuando pescaba camarón.

México, 29 de junio de 2015.- Corría julio de 1961 y la barca Centenario del Carmen surcaba la cálida y poco profunda sonda de Campeche cuando el pescador Rudesindo Cantarell Jiménez advirtió algo fuera de lo normal. A menos de 30 metros de la embarcación camaronera, del corazón de las aguas turquesas, brotaba una burbujeante mancha oscura. Rudesindo fondeó cerca para cerciorarse de aquel extraño fenómeno. Lo que vio no lo pudo olvidar jamás.

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Rudesindo Cantarell Jiménez

Con el lento curso que toma el tiempo en el Caribe, el pescador no contó su descubrimiento hasta 1968, cuando, tras capturar una tonelada de pargo rojo, se encontró a un ingeniero de Pemex en el puerto veracruzano de Coatzacoalcos. Tres años después se confirmó que esas burbujas negras, situadas a 70 kilómetros al norte de playa del Carmen, procedían del mayor yacimiento petrolífero de América y el segundo del mundo. Rudesindo había descubierto uno de los más fabulosos tesoros de todos los tiempos. Su explotación arrancó en 1979 y ahora se estudia como un ejemplo de la mala gestión petrolífera mexicana.

Bajo los efectos euforizantes de semejante filón, el Estado mexicano, que llevaba años embarcado en gigantescos programas de infraestructuras, pisó aún más el acelerador de la deuda. Todo era optimismo, todo se podía pagar. Carreteras, aeropuertos, pozos… La burbuja oscura hallada por Rudesindo se extendió a lo largo del país hasta que a principios de los ochenta, en una combinatoria que luego se ha repetido en otras latitudes, los precios del petróleo empezaron a desmoronarse mientras las tasas de interés se disparaban. La incapacidad para cumplir con los préstamos desembocó en una abismal crisis. En 1982, el Gobierno mexicano reconoció la quiebra de la economía, suspendió el pago a los acreedores extranjeros y, poco después, anunció la expropiación de la banca. La caída, la mayor de su historia reciente, arrastró consigo una década entera.

La hiperabundancia del yacimiento de Cantarell, que por sí solo surtía dos tercios de todo el petróleo mexicano (el séptimo productor mundial), no solo alimentó el pecado de la soberbia, sino también adormeció la competitividad. Los beneficios de Pemex, gestora del yacimiento, en vez de reinvertirse en tecnología, han nutrido año tras año el presupuesto del Estado llegando a representar hasta el 40% del ingreso público. La consecuencia ha sido que, a medida que iba declinando la producción del yacimiento (ha pasado de 3,3 millones de barriles diarios a 2,5 millones en diez años), la esclerosis del sistema monopolístico fue quedando al descubierto.

El resultado ha sido una lacerante paradoja: un país con 53 millones de pobres guarda aún en el subsuelo 30.000 millones de barriles de petróleo y 500.000 millones de pies cúbicos de gas natural, pero no puede explotarlos debidamente pese a haber tenido durante 76 años el control de los hidrocarburos. Ese es el motivo último del fin del monopolio estatal y también del enorme negocio que ha abierto la reforma energética. Una nueva era que Rudesindo no verá. Murió en 1997, con 83 años. Hasta su fallecimiento recibió una pequeña pensión por su descubrimiento. Eso sí, el pozo lleva su apellido: Cantarell. (Juan Martínez Ahrens/El País)